Julio Iglesias, Mercedes Sosa y Charly García: El encuentro imposible que hizo historia en 1999

El 14 de marzo de 1999, a las 20:47, ocurrió un episodio irrepetible en la historia de la música latinoamericana y mundial. En el Anfiteatro del Parque de la Costa, en Tigre, Argentina, durante una pausa del ciclo televisivo La movida del verano conducido por Juan Alberto Mateyko, tres figuras que parecían venir de universos distintos se encontraron en un mismo camarín: Julio Iglesias, Mercedes Sosa y Charly García.

Ese cruce casual, organizado por el propio Mateyko, se convirtió en un documento único. La prensa lo registró y quedó en la memoria como una postal de respeto, contraste y, sobre todo, de grandeza. La reunión no fue un espectáculo ni un dueto, sino algo mucho más poderoso: una charla íntima entre tres artistas consagrados que, con estilos radicalmente diferentes, lograron reconocerse en lo esencial: la música como forma de vida.

Tres mundos, tres trayectorias

Mercedes Sosa tenía entonces 63 años y ya era considerada “la voz de América Latina”. Había atravesado censura, exilio y consagración internacional. Su canto, arraigado en el folklore argentino, simbolizaba lucha, identidad y esperanza.

Julio Iglesias, de 54, llegaba con la impronta del cantante melódico más exitoso del planeta: más de 220 millones de discos vendidos, decenas de idiomas cantados y un lugar asegurado en la historia de la música popular.

Charly García, con 46, representaba la irreverencia y el genio del rock argentino. Excéntrico, ácido, sarcástico, pero dueño de un talento que lo colocaba como referente indiscutible de varias generaciones.

Reunirlos en un mismo espacio parecía imposible. Y sin embargo, aquella noche, sucedió.

El inicio: “Hay que ser más que grandes”

Julio Iglesias había disfrutado desde un costado del escenario la presentación de Mercedes y Charly. Al terminar, pidió especialmente conocerlos. “Me gustaría mucho saludar a Mercedes y a Charly”, le confesó a Mateyko. Fue el conductor quien facilitó el encuentro y, al verlos juntos, soltó una frase que quedó grabada:
“Hay que ser más que grandes para hacer lo que hicieron.”

No se trataba de cantar juntos ni de compartir escenario: era simplemente reconocerse. Tres caminos distintos convergían por única vez.

El diálogo: respeto y humor

La charla entre los tres fue espontánea, llena de anécdotas, ironías y gestos de respeto mutuo.

Charly García fue el primero en hablar, fiel a su estilo provocador:
—“Es la primera vez que te veo, Julio. No sé si sos buen tipo o mal tipo. Tal vez no esté de acuerdo con lo que transmitís. La única canción tuya que recuerdo es Me olvidé de vivir, y yo no me olvidé, ¿eh?” (risas).

Julio Iglesias respondió con serenidad:
—“Ni sabés. Hay que darle hacia adelante. La solución es horas, horas y horas. Ensayo, ensayo y ensayo.”

Mercedes Sosa, siempre conciliadora, intervino con firmeza:
—“Yo nunca puedo ponerme en contra de un artista. Podré estar en contra de los políticos, pero jamás contra quien pone el cuerpo sobre un escenario.”

Ese intercambio resumió la esencia de la reunión: diferencias de estilo, sí; pero también respeto absoluto por la entrega artística.

La anécdota del taxi en Nueva York

En medio de la conversación, Charly relató una historia desopilante:

—“Un día tomé un taxi en Nueva York y sonaba una canción tuya, Julio. Yo dije: ‘Bull shit’. Pero el taxista me respondió: ‘Maybe he’s bull shit, but he can bull shit’. O sea: sí, es un chanta, pero tiene con qué.”

Las carcajadas fueron generales. Julio, lejos de enojarse, rió junto a ellos. Ese momento distendió aún más la charla y mostró un Iglesias abierto, capaz de reírse de sí mismo frente al sarcasmo de Charly.

Las cifras y la supervivencia

Mercedes Sosa, con su voz pausada y su autoridad natural, resaltó el mérito de Julio:
—“Esa música vendió, si mal no leí, 220 millones de discos en el planeta. Hasta se comenta que sos el cantante más comprado en la historia.”

Julio respondió con humildad:
—“Dicen, dicen… y no hay que creer todo lo que dicen.”

Mercedes fue más allá:
—“Yo soy de las que compran arte por el arte mismo, no por belleza ni juventud. Por eso siento que Iglesias es un sobreviviente.”

Música melódica, rock y folklore

Cuando el periodista preguntó si les gustaba la música melódica, las respuestas reflejaron las diferencias:

Charly, directo:
—“No es lo que más me atrae.”

Mercedes, conciliadora:
—“Sí, Julio. Sí Luis Miguel. Los que perduran. No los que solo funcionan con adolescentes porque la televisión así lo desea.”

Julio escuchaba en silencio, agradecido por la defensa de “la Negra”.

El toque humano: los hijos

La charla derivó en los hijos, otro terreno donde se encontraron. Mercedes habló de Fabián, su hijo y mano derecha. Charly mencionó a Miguelito, a quien deseaba ver como músico. Y llegó el turno de Julio:

—“Mi hijo Enrique también es cantante.”

Charly, sorprendido, preguntó con ironía:
—“¿Quién es Enrique Iglesias?”

Mercedes, con una sonrisa, aclaró:
—“El hijo de Julio, Charly.”

La respuesta final de García fue tan ácida como tierna:
—“Bueno, decile a Enrique Iglesias que prefiero a su padre.”

Julio, con una sonrisa amplia, cerró:
—“Gracias, Charly.”

El legado de un instante

Ese encuentro en 1999 no se repitió nunca más. Fue la única vez que Mercedes, Julio y Charly compartieron un mismo espacio íntimo. No hubo duetos ni grabaciones, pero lo que quedó fue aún más poderoso: la prueba de que, más allá de estilos, ideologías o públicos, la música une a los artistas en un mismo territorio de entrega y verdad.

Años después, Mercedes fallecería en 2009, dejando un legado inmenso en la música latinoamericana. Charly continuaría con su genio y sus excesos, convertido en mito viviente del rock nacional. Julio seguiría siendo el artista latino más vendido de la historia, manteniendo su título de leyenda global.

La foto de los tres, abrazados y sonrientes, sigue siendo un documento histórico. Un recordatorio de que la grandeza no se mide solo en ventas ni en premios, sino en la capacidad de reconocer y respetar al otro, incluso viniendo de mundos aparentemente opuestos.

Epílogo

El encuentro de Julio Iglesias, Mercedes Sosa y Charly García fue breve, acaso apenas un paréntesis en una noche de televisión y conciertos. Pero, como toda obra de arte, lo breve puede ser eterno.

Ese camarín en el Parque de la Costa no fue solo un sitio de paso: fue un escenario simbólico donde tres caminos artísticos se cruzaron para enseñarnos que la música, en su esencia más pura, no conoce fronteras.

Allí quedó grabada una lección que trasciende el tiempo:
Podremos disentir, podremos tener estilos distintos, pero mientras haya música, siempre habrá un puente que nos una.